Si hace quinientos versos me hubiesen dicho
de la longevidad de este poemario,
tal vez hubiese roto la quietud del aire exclamando:
¡Imposible!
O tal vez, tan sólo, me hubiese limitado
a dibujar el asombro
sonriendo en silencio, desde el silencio.
Más ahora que sé del avance
inexorable de los versos,
no entiendo aquel escepticismo.
Aquella incredulidad erigida en símbolo y enseña.
Sentado frente a las formas anárquicas de la piedra
donde recluidos yacen hortensias y lirios,
sensato asumo mi derrota ante estas huestes;
poderoso ejército de poemas subdividido en estrofas,
o simplemente, independientes versos-célula
lanzándose desde el corazón.
O desde el alma.
Pues ¿quién sabe del lugar
exacto donde nace el amor?
Contemplo el amplio racimo de rosas.
Tan rojas.
Y visualizo tus labios tras una red de sueños.
Acerco los míos a las rosas,
y solo cuando un hilo de sangre
me desciende templado hasta el pecho,
comprendo que he olvidado las espinas
que guardan a la rosa y la protegen de extraños.
Ahora me queda su ausencia.
y unas cicatrices, como puntitos,
allí donde las espinas dejaron grabado
su rotundo mensaje:
Aléjate de la rosa.
Aléjate de la rosa.
Aléjate…
de la rosa…